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2.21.2012

En el nombre del Padre...

“Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre”. Según la Antropología del Parentesco, existe una ley que se repite a lo largo de los tiempos en muchas distintas culturas, cosa que parece imposible si tenemos en cuenta las diferencias que existen entre las leyes de una cultura a otra, ¿unos ejemplos de esto?: En Israel está prohibido meterse el dedo en la nariz los Sábados, o la ley del Estado de Kentucky, donde cada persona debe bañarse al menos una vez al año. Si creemos que las leyes se hacen porque existe la necesidad de prohibir (u obligar) algo que se desea hacer, pues se hace más significativo aun que la “ley de prohibición del incesto” aparezca a lo largo de la historia en tantos diversos grupos humanos. El incesto, corresponde según una definición de diccionario a la “Relación carnal entre parientes dentro de los grados en que está prohibido el matrimonio.” y si esto está prohibido, es porque se ha aprendido desde distintas áreas de estudio que las relaciones incestuosas pueden traer consigo descendencias con complicaciones genéticas –desde la medicina- un juicio social severo –desde la antropología- y ni hablar la opinión que las distintas religiones tienen al respecto, pero más allá de esto, quisiera destacar que si se prohíbe, es porque el deseo de cometer incesto existe en la raza humana. Desde mi área de estudio, el incesto tiene sus bases en los postulados de Freud donde teoriza acerca del Complejo de Edipo, haciendo alusión a la mitología griega, donde Edipo sin saberlo mata a su padre y luego se casa con su madre y al enterarse de lo hecho se arranca los ojos. Este mito es usado para analogar la relación amorosa que existe entre un bebé y su madre, en donde el saber popular dice que el niño de “enamora” de la madre. El primer vínculo que se genera entre una madre y su bebé sucede en un tiempo en que el recién nacido no posee la capacidad de simbolizar -cuando aun no tiene lenguaje- por lo que las leyes que los adultos seguimos no cuentan para los pequeños. La etapa previa al dominio de la palabra se caracteriza por un narcisismo absoluto del bebé, donde sus intereses se centran principalmente en las funciones excretoras básicas, en dormir y en comer, sin importar que necesite su “papa” justo cuando la mamá ha comenzado recién a quedarse dormida; la empatía está muy lejos aún de ser entendida, por lo que no es posible ponerse en el lugar del otro. Esta sensación de control absoluto sobre el otro, quien provee lo necesario cada vez que se necesita (idealmente hablando), orienta el deseo del bebé hacia su madre, quien es fuente de tantos placeres y buenos momentos. Y no podría ser de otra manera si la madre, además de alimentarlo y mudarlo, da cariño, cuidados y afecto (insisto, idealmente hablando). Cuando el lenguaje hace su llegada y el bebé es capaz de simbolizar lo que sucede, debe comprender que la madre no es sólo de él y que ella tiene intereses puestos en otros objetos -de deseo- además de los orientados hacia él. Desde Freud el Padre aparece como el que se opone al “amor” –incestuoso- entre el bebé y su madre. El padre es quien pide que el bebé salga de la cama matrimonial, ya que se han dejado otros menesteres de pareja de lado por su presencia en el dormitorio, por ejemplo. El acto del padre prohibiendo el acceso a la madre instaura la Ley, la primera de muchas que serán necesarias para la vida posterior en sociedad, donde el niño se relacionará con otros distintos a los de su seno familiar. La función del padre entonces es crucial para la vida del pequeño, quien si logra integrar de forma adecuada la lección podrá desempeñarse de mejor manera en un mundo lleno de normas, restricciones, prohibiciones, permisiones y habilitaciones que hacen que la vida en sociedad sea un poco más llevadera. Claudio Lira Quezada Psicólogo Clínico