He aprovechado este espacio que estaba solo dedicado a la Fotografía para compartir otras de mis inquetudes, el psicoanálisis, y traigo de cuando en vez lo que surge como idea para hablar acerca de la vida misma en mi columna de un diario de la ciudad.
En esta oprtunidad un tema complejo para un momento complejo.
Saludos
Hace algunas columnas atrás me propuse hablar acerca del “Amor y otras faltas”, en aquella oportunidad nos enfocamos en la comprensión del “sentir” llamado amor y lo anudamos con el deseo y el goce; intentamos su comprensión articulando arbitrariamente conceptos que pretenden dar comprensión a tal magno sentimiento, comprensión que debemos dar por perdida de inmediato si recordamos que nuestro intento va por medio del lenguaje, éste fiel compañero que no nos da pie para alcanzar lo Real en sus letras.
Bueno, hoy pretendo hablar de algo distinto, pero muy en relación con esa falta que pretendimos comprender en aquella oportunidad, la falta que promovía el surgimiento del deseo, deseo que nos lleva a orientarnos en la búsqueda sin final de aquello que si bien percibimos, nunca sabremos “qué” es.
Y es que así como se cree encontrar objetos de deseo que cumplen con los requerimientos para cubrir nuestras faltas, pues también así también los perdemos. Con esto no me quiero referir solamente a la pérdida de un ser querido, digamos una pareja o un familiar, sino también a cualquier proyecto o idea que se haya visto extinguida o “des-aparecida”, cancelada, imposibilitada, etc.
El que nuestro deseo apunte hacia un objeto nos lleva a depositar energía libidinal en un “algo” o en un alguien, energía que llevará en sus esencias lo más puro de nuestras faltas estructurales y que se anudará con significantes que representarán al goce asociado a el objeto y también al amor, así como a infinitas otras manifestaciones psíquicas, emocionales y físicas propias de un sujeto deseante. Pero si el objeto desaparece… ¿Dónde van a parar todo aquello puesto en él?
Tras un periodo de duelo “normal”, se debería ser capaz de resignar la idea de la ausencia del objeto y aquellas mociones pulsionales, que fueron “liberadas”, al desaparecer el objeto, deberán orientarse hacia uno nuevo que aparezca con las cualidades dignas para ser depositario de nuevos anudamientos y asociaciones.
Pero como dice el dicho: “nada es perfecto”, pues este proceso de duelo en ocasiones también falla, llevándonos a lo que desde el área clínica llamamos Duelo Patológico o Melancolía, siguiendo los pasos de S. Freud. (1917).
Es que si el duelo se realiza por alguien amado (objeto con un alto interés libidinal) entonces el resignar su pérdida puede tornarse un pasar por momentos de profundo dolor, desazón, inhibición general de todas las capacidades psíquicas, pérdida de interés en el mundo exterior, centrándose en el padecimiento interior provocado por la ausencia del objeto amado, etc.
Dos son las características más destacadas de la Melancolía: la primera está conformada por la identificación del “yo” (ego) con el objeto perdido, orientando hacia “sí mismo” todas las mociones pulsionales que quedaron sin lugar donde ir, trayendo entonces, todos los reproches y culpas que en realidad correspondían a quien ya no está, haciendo sentir “al enfermo” culpas por la ausencia y provocando un vaciamiento del yo (“baja autoestima”), auto castigo, entre otras muchas otras manifestaciones subjetivas posibles, originadas por componentes hostiles que estaban anudados a la relación con el otro amado. La segunda característica es la dualidad de las emociones en donde parece que el amor intenta por la identificación conservar al objeto (ausente), mientras el odio se ensaña con ese objeto sustitutivo ahora reconstruido en el yo.
Pero no podemos dejar de ver algo en lo que Freud no reparó, y que en la labor clínica aparece con mucha frecuencia: y es que el Sujeto al perder un ser amado, además de enfrentarse a sus mociones libidinales sueltas sin un objeto donde orientarlas, debe enfrentarse a la resignación de haber sido él mismo depositario de las mociones de otro, emociones de otro, el cuerpo del otro y ya no serlo más.
Desde la teoría y la ciencia, la Melancolía tiene psiquiátricamente una vinculación muy estrecha con la psicosis, pero esto no ha de sorprendernos, si ya sabemos que el Amor también posee estrechos vínculos con la Locura.
Claudio Lira Quezada
Psicólogo Clínico
ps.claudio.lira@gmail.com